LAS AVISPAS- ARISTÓFANES
Aristófanes:
Las avispas

Con esta
comedia, Aristófanes vencía en las fiestas Leneas de 422 aC a Filónides y a
Leucón, que con Proagón y Embajadores quedaron
segundo y tercero respectivamente.
El nombre
de Las avispas proviene del exagerado aguijón que, como parte
del disfraz, llevan los miembros del coro. Una referencia a los atenienses en
general y a los jueces de los tribunales populares en particular, que se
identifican con las avispas según se explica en la propia obra. La corrupción y
el mal funcionamiento de esos tribunales son la preocupación del poeta en esta
obra. Un tema plenamente político, aunque en Las avispas no se
ponga en escena nada político.
La
democracia ateniense dividía los poderes entre el legislativo (en manos de la Asamblea
y el Consejo), el ejecutivo (a cargo de los magistrados, como arcontes o
estrategos) y el judicial (correspondiente a los tribunales de la Heliea
-llamado así porque, en los primeros tiempos, celebraban las sesiones al sol-).
Pero la tentación de los gobiernos por poner a su servicio al sistema judicial
es algo común a todos los tiempos, y si hemos de hacer caso a Aristófanes,
Cleón la sufrió. Así, el comediógrafo critica el modo en que su enemigo se
aprovechaba de los jueces para sus fines personales. Claro que en Atenas se
intentaba frenar esto, al elegir por sorteo a los 6000 jueces para todo el año,
y día a día, también por sorteo, se decidía quién debía estar en qué sesión, en
qué tribunal y bajo la presidencia de qué magistrado. El juicio que se parodia
en un momento de esta pieza es el realizado a Laques (el perro Labes en la
ficción), quien habiendo fracasado en Sicilia en 426, fue acusado por Cleón (el
perro Ción en la obra) al finalizar su mandato al año siguiente. Cleón acababa
de vencer en Esfacteria y había aumentado el tributo que los aliados pagaban a
Atenas y elevado a tres óbolos el sueldo de los jueces de la Heliea. Pero para
el momento de representación de esta pieza, Cleón había ya muerto, y la
población de Atenas podía respirar un poco más de libertad.
Pero
esto, como decimos, es sólo una escena. El tema cómico es el empeño de
Tiracleón por acabar por la «tribunalofilia» de su padre, Filocleón. Ambos
protagonistas revelan, por sus nombres (contra- y pro-Cleón) su diferente
disposición.
Éste es
el resumen:
Jantias y
Sosias, dos esclavos, explican el asunto: Tiracleón está decidido a impedir que
su padre acuda al tribunal, y ha cerrado a cal y canto su casa y, con la ayuda
de los dos esclavos, vigila atentamente. Filocleón intenta escapar fingiendo
que es humo que sale por la chimenea y tratando de esconderse bajo el vientre
de un asno (como Ulises hiciera con los carneros de Polifemo, en el Canto IX de la Odisea).
Llega el
coro de viejos-avispas, veteranos de las Guerras Médicas (donde ganaron la fama
de pertinaces y molestos para los persas, lo que justifica su apodo y aspecto).
Filocleón se descuelga con una cuerda y se une a ellos, y ante la discusión con
Tiracleón y los esclavos (en una escena bien larga) se decide realizar un agón:
¿Ser juez equivale a tener poder o a ser un esclavo?
No me
deja, amigos míos, actuar de juez ni hacer mal alguno. Empeñado está en que yo
sea una buena persona, pero a mí no me da la gana.
Filocleón
expone sus opiniones primero: el juez es adulado por todos; resulta divertido
oír a los acusados; algunos de los absueltos lo agradecen con regalos; el
mismísimo Cleón respeta y mima a los jueces; el trióbolo es recibido con alborozo.
El coro apoya estas tesis.
Llénate
la boca de hablar, que de todos modos algún día tendrás que terminar con ese
poder tan distinguido y parecerás un culo que ha salido intacto del baño.
En una
estructura paralela, Tiracleón rebate sus argumentos: el dinero destinado a
pagar a los jurados no llega a la décima parte de los ingresos del Estado; los
que mandan son los que sacan tajada; el de juez es un oficio sacrificado
(sesiones de todo un día y disponibilidad absoluta); los jueces, como tienen
que comer, acuden, como perros, al silbido de su amo; los poderosos miran sólo
para sí, y a los jueces apenas dan nada. El coro se pone de su parte.
Filocleón
no irá a la Heliea, pero seguirá siendo juez: Tiracleón le prepara un tribunal
en casa y un proceso que juzgar, la acusación del perro Ción al perro Labes por
comerse un queso siciliano. Tiracleón, que habla por Labes, no niega que éste
sea un ladrón; lo es, pero menos que Ción. Filocleón lo absuelve, pero sólo
porque su hijo le ha engañado con la urna en que debía depositar el voto.
Llega la
parábasis. En la primera parte el coro elogia al poeta que siempre ha actuado
en beneficio de la ciudad. En la segunda, se elogia a sí mismo y a su valor
contra los persas.
Para mí
que la vejez / vale más que los ricitos / de muchos mozalbetes / y que su
planta de maricas.
En una
breve escena vemos los dificultosos preparativos de Filocleón, que se dispone a
acudir a un banquete en el que estarán algunos personajes del círculo de Cleón.
Su rusticidad le impide saber las normas de etiqueta necesarias, a pesar de los
consejos de su hijo.
Una
segunda parábasis, más breve, critica a Aristómenes y a sus hijos, y en una
nueva referencia a sí mismo, el comediógrafo explica que Cleón le llevó a
juicio y que escapó haciendo «un poco el mono».
Cuando
Filocleón vuelve del banquete, Jantias nos cuenta lo mal que se ha comportado.
Llega Filocleón, perseguido por algunas personas a las que ha agraviado (en el
convite y en el camino de regreso) y que amenazan con llevarle a juicio. Como
hiciera Estrepsiades en Las nubes, intenta despachar a sus
rivales con los consejos de su hijo, pero sólo le salen burlas y todos lo
denunciarán.
Al final
de la pieza, Filocleón sale de casa (disfrazado como El cíclope del drama satírico de
Eurípides) y reta a una competición de danza a cualquier poeta trágico, especialmente
a Carcino y a sus hijos
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