CUENTOS DE BARRO POR SALVADOR SALAZAR ARRUÉ
CUENTOS DE BARRO
“Cuentos de barro”, libro que vio la luz
por primera vez en 1933 y que fue escrito por Salvador
Salazar Arrué, mejor conocido como Salarrué (1899-1975),
uno de los más bellos libros que he leído. Desde que entré por primera vez al
breve prólogo escrito por el mismo autor y que él llamó “Tranquera” (así se llaman
las puertas primitivas que se usan para entrar a los potreros o a las fincas)
sentí que estaba entrando a una dicotomía difícil de definir: un mundo de
magia, donde las cosas más simples y cercanas tomaban un brillo no visto por
mis ojos hasta entonces, pero también sentí que estaba entrando a una realidad
cruda y desgarrada, al mejor estilo de los campesinos salvadoreños.
Las historias presentadas en cada cuento de
este libro son sencillas en su forma; pero increíblemente profundas. El
acercamiento que hace Salarrué de cada personaje es
recóndito, acentuado, es como si quien escribiera fuera hermano de cada
personaje, a quien además quisiera mucho. Hay un amor inherente de parte del
autor hacia cada uno de sus personajes, que la realidad lejana se me vuelve
íntima al ir leyendo paso a paso, letra a letra, cada cuento.
Además, debo mencionar que la manera en que Salvador Salazar
Arrué narrá, es muy peculiar, porque aunque su prosa es directa
en muchos sentidos, podría decir también que está colmada de poesía, usando
bellas metáforas y acertados símiles, que me transportan como a una pluma
flotando en el aire, hasta los lugares donde Salarrué quiere llevarme.
Sus cuentos son sinceros
y conmovedores. No hay sentimentalismo barato ni soluciones inverosímiles. Sus
cuentos en verdad son acercamientos a la cotidianidad de los
campesinos salvadoreños de principios del siglo XX: sus sufrimientos, sus
deseos, sus alegrías, sus sueños más queridos, su ignorancia en educación
formal evidente contrastada con su popular sabiduría ancestral, su
peculiar manera de ver el mundo… Todo lo recoge Salarrué en sus “Cuentos
de barro”, sin juzgar, sin inducir, sin opinar pero sin caer en la
indiferencia. Su amor por los campesinos no le permite a Salarrué cerrar los
ojos…
Los lectores de “Cuentos
de barro” que no son salvadoreños -tengo que confesar- tendrán dificultades con
algunas palabras, ya que Salarrué las escribió siguiendo la fonética de la
pronunciación de sus personajes campesinos. Incluso, en alguna parte leí alguna
vez que Claribel Alegría, junto a su esposo Darwin J. Flakoll, trataron en algún momento
de traducir “Cuentos de barro” al inglés, pero desistieron, porque pensaron que
algo esencial se perdía en la traducción.
Salarrué escribió otro libro de cuentos muy
famoso también: “Cuentos de cipotes”, en el que la manera de narrar es en
la forma muy particular y especial en la que narran los cuentos los niños.
Además Salarrué incursionó en la novela y la poesía. Fue también pintor
y músico.
Salarrué
Actualmente El Museo de la Imagen y la
Palabra en El Salvador tiene una exposición itinerante de Salarrué, en donde se
pueden observar sus objetos personales, algunas de sus cartas, algunas de sus
pinturas, fotografías, etc.
En la Villa Monserrat, casa donde
vivió parte de su vida y sus últimos días Salarrué, que
está en los Planes de Renderos, se encuentra hoy La Casa del Escritor
(actualmente dirigida por la poeta Silvia
Elena Regalado), un lugar para que los amantes de las letras,
especialmente los jóvenes, puedan aprender sobre literatura.
En el parque Cuscatlán de San Salvador está
la Sala de Exposiciones Salarrué, en donde muchos artistas plásticos nacionales
y extranjeros han mostrado sus pinturas.
Roque Dalton, en su libro “Las historias
prohibidas del Pulgarcito”, le escribió un poema muy emotivo a
Salarrué , en donde, a través de una parodia respetuosa de “Cuentos de barro”,
le dice como será El Salvador que Roque soñaba.
El cuento “La honra” (de “Cuentos de
barro”) fue musicado con gran acierto por el cantautor nicaragüense Carlos
Mejía Godoy, en los años ´80.
Y podría seguir; pero baste aquí hacer
constar mi admiración hacia Salarrué y
su gran producción literaria, especialmente para ese libro, “Cuentos de barro”, que sólo los
salvadoreños podemos sentirlo en el corazón al cien por ciento.
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